CARTA 2: madrugada del 10 de septiembre de 2017
Lacallequetúsabes,
madrugada del 10 de septiembre de 2017
Todo empezó el que yo creía que sería el día más
electrificante de mi vida.
Acababa de acabarme un libro, uno de esos que te renuevan
el alma y hacen que encuentres el sentido de la vida hasta en las gotitas de
rocío que se enganchan en el cristal de madrugada. Yo estaba paseando con mis
botas gigantes calle abajo, dando más tumbos que pasos, mirando la luna y
fumando el frío que me salía de entre los labios cada vez que soltaba aire. Era
de noche, y ese mismo rocío inspirador se había colado entre las grietas del
asfalto, y déjame decirte que yo no soy muy ágil que digamos, pero la culpa del
resbalón que me di no fue mía. La oscuridad, el rocío traidor y las, aunque
enormes, resbaladizas suelas de las botas, me jugaron una mala pasada. Ahora me
gustaría decir que fue el destino, como que las mismas estrellas que estaba
mirando un segundo antes del guarrazo se alinearon con Saturno, Júpiter y el
satélite AME-25 para que pudieras ser tú el que se ofreciera a echarme una mano
para ponerme en pie después del ridículo. Me habrías acompañado a casa, incluso
conocido a mi madre. Cómo de distintas habrían sido las cosas si te hubiera
visto solo por el hueco rasgado de la cortina. Pero no. Ahí estaba mi vecina,
Harriet, una mujer mayor que frecuentaba la zona de tés e infusiones en el
supermercado y que no me echó una mano porque el lumbago no le dejaba ni verse
los pies. Así que yo solita me puse en pie, el aura mágica y electrizante tan
rota como la rodilla de mis vaqueros. Mientras yo maldecía mi mala suerte y
dejaba de creerme una alocada con sueños para pasar a ser una tonta patinadora
sobre asfalto, Harriet me preguntó si me había hecho daño. Aquello llevó a que
me invitara a pasar a su casa para curarme la herida, lo cual rechacé, porque
una nunca puede fiarse de los viejecitos que van regalando caramelos de limón a
niños, y menos de los que te invitan a su casa en mitad de la oscuridad. Me
parecía de repente haberme teletransportado a una calle vacía, totalmente
diferente de la que estaba yo hacía un minuto, contando estrellas en el cielo. No
vayas a creerte que no había mil luces encendidas por toda la calle o que
cuatro casas más allá, en el cul-de-sac, un chico que iba a mi
instituto no estaba tirando canastas con tranquilidad. Pero no olvides que
había terminado un buen libro aquella mañana, y mi vida era ahora una novela.
Estaba en el capítulo en que pasaba la página y llegaba a los agradecimientos,
a mi parecer.
Mientras Harriet se acercaba, maldije a Aaron por ser el único gato del mundo que
necesitaba a alguien que lo paseara, y también repasé los últimos momentos que
había pasado con mi madre y mi hermana Soph: estaban discutiendo sobre quién
sabía que no hay que sacarse mocos y quién no, lo cual no fue muy enternecedor
como última memoria antes de que Harriet me metiese en un horno y me asara por
Acción de Gracias. Sin embargo, como audazmente habrás deducido, salí viva de
aquella empresa. Sino qué haríamos aquí.
Harriet volvió a
ofrecerme un vaso de agua, que yo volví a esquivar, porque podía estar
intentando camelarme para llevarme adentro. Pero ya la conoces, y mis noes se acabaron convirtiendo en una
conversación entre una chica con el culo empapado y una señora que no podía
bajar el cuello para mirarla a los ojos mientras le contaba lo bien que le
sentaría uno de los bollos recién hechos de su cafetería. para que se le pasara
el disgusto. Unas cosas llevaron a otras, no me preguntes cómo, pero nos
condujo a la inevitable pregunta. Así que sí: lo que no rechacé fue el puesto
que me ofreció en Buns & Roses. No
parecía que estuviera metida en algún tipo de actividad criminal y yo, en mis
tiernos dieciséis, ya tenía el sueño de cruzar Europa en Inter raíl una vez
acabado el instituto. Era tonta y alocada, pero no de sueños baratos.
Puede que al final sí fuera cosa de los astros, ¿sabes?
Harriet consiguió la camarera que buscaba para su cafetería, yo un trabajo
compatible con el instituto -y un raspón en la rodilla como propina-, y Aaron
un paseo de los buenos, porque acabé llevándomelo en brazos a la vuelta. Si no
me hubiese caído, quizá nunca habría pisado Buns
& Roses. Y créeme, habría sido toda una pena no haberte conocido.
Te dejo ya, porque las letras se me mezclan en la vista cuando
escribo, siento punzadas en la muñeca y me duele tanto la espalda por estar
metida debajo del escritorio que voy a acabar con el dolor de espalda de Harriet
si no me busco otro escondrijo mejor.
Se despide,
Ruby xxx
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